miércoles, 20 de enero de 2010

Presunciones ajenas, ingenuidades propias

Si un presidente es incapaz de diagnosticar su realidad, ¿qué diagnóstico se puede esperar sobre la sociedad? López cree que sus buenas palabras de consenso redimen su Gobierno frentista y excluyente. Su "normalidad" es un deseo no aceptado socialmente.
Asi es nuestro mundo después de miles de años: mientras unos creen que los problemas son obstáculos irreales, inventados por los contrarios, otros sostienen que las soluciones llegan solas, mágica y espontáneamente, para salvarles sin esfuerzo. En el fondo se trata del mismo defecto, la incapacidad para formular diagnósticos correctos. Toda solución comienza con una definición exacta y completa del conflicto. Es decir, empieza por expresar la verdad. Ya sé que resulta insufrible hacerse un fiel autorretrato. Cuando un artista se pinta a sí mismo traza su mejor semblanza, eludiendo sus defectos y mostrando una cautivadora mirada. En nuestra época, íntimamente influenciada por un valor tan relativo como la imagen pública ("eres lo que pareces y cuanto apareces"), hablar de autodiagnósticos es referirse a una entelequia, lo que nos conduce a la desesperación y al escepticismo por la dificultad en descubrir por nosotros mismos las verdades. Nos encanta mentirnos para sobrevivir a lo incierto.

Empecemos por la definición de los conceptos. Presunción: acción y efecto de presumir; suposición, cosa supuesta. Ingenuidad: falta de picardía o malicia, candor. Lo cierto es que sobre estas dos realidades, presunción e ingenuidad, pivotan buena parte de los problemas políticos de Euskadi y, vinculados a ellos, los dilemas sociales de nuestro pueblo. Ambas son representaciones de la ignorancia y formas que adquiere el temor a la verdad. Autodesconfianza latente. Miedo al futuro. O debilidad colectiva.

La presunción tiene poseído al nuevo -e indeseado- lehendakari López, al suponer que el rechazo que genera en el pueblo vasco viene dado por algo tan accidental como la crisis económica y una mala gestión informativa de su Gobierno. Piensa que es algo pasajero, circunstancial, fruto de la novedad política. No es una coartada para justificarse: se lo cree. Y esto es lo grave. Si un presidente es incapaz de presentar un diagnóstico de su propia realidad, ¿qué podemos esperar respecto de las necesidades y prioridades de la sociedad? López se sustenta sobre el autoengaño, una ficción que tratan de hacer creíble mediante la manipulación y la propaganda la casi totalidad de los grupos de comunicación de España, lo nunca visto desde la dictadura. Se nos niega la evidencia de que López es lehendakari merced a una colosal distorsión.

Si López fuera capaz de decirse la verdad, sin presunción, aceptaría como primera certeza que su pacto con el Partido Popular es el factor que más repugna. Las hondas diferencias entre PSOE y PP en España aspiran a ser una excepción en Euskadi. He ahí la gran presunción: confían los firmantes en que la mayoría de los vascos, poco a poco, hará suya la singularidad atroz de ese acuerdo. Se niegan a aceptar, porque la soberbia ofusca la inteligencia, que la gente no comprende esta alianza españolista y consolida su rechazo cuando escucha de Antonio Basagoiti, socio preferente de López, palabras como éstas: "Euskadi tendría un problema menos si los presos se ponen en huelga de hambre y llegan hasta el final". O estas otras: "Con la marcha de monseñor Uriarte y la llegada de Munilla, Batasuna pierde el apoyo eclesial, y el PNV el puente con lo peor de Batasuna". Lo cierto es que cada vez que Basagoiti habla, López se queda socialmente más solo y perdido, al tiempo que el acuerdo entre ambos se percibe aún más impopular y odioso. ¿Cuándo vas a madurar, Antonio?

La carencia de humildad que implica el análisis pretencioso de la realidad lleva a López a impugnar una de las pocas verdades políticas de Euskadi: la sociedad vasca quiere al PNV en el Gobierno del país y por tanto rechaza su exclusión. Y no es que el PNV tenga, por privilegio celestial, patente de gobernabilidad: es una concesión de la mayoría de vascos reflejada en las urnas y en las encuestas de preferencia. López huye de su sombra, trazada con sus propios actos y con sus ataduras al PP. Cree que las buenas palabras de llamada al consenso redimen su Gobierno frentista y excluyente. Ésta es otra de las cosas que López no quiere ver: la sociedad no acepta el derribo de lo que construyeron los nacionalistas con el esfuerzo de todos. A la gente le parece obsceno que se desmantelen los logros de la radiotelevisión pública y que, por el pueril propósito de hacer visible el cambio, se minimice la audiencia de ETB y se pierda la cercanía informativa obtenida durante veinticinco años. Lo mismo que rechaza las rebajas lingüísticas en educación, los pillajes simbólicos, el desequilibrio territorial de las inversiones públicas y las andanzas en reducir la Ertzaintza a simple acólito de la Guardia Civil. Y lo último: ¿por qué revivir el bobo debate antiamericano de los años noventa con la oposición de López al proyecto de un Museo Guggenheim en Urdaibai? Sólo a un progre caduco se le ocurre hoy referirse, con despectiva ignorancia, al museo que cambió Bilbao como "una franquicia".

Cuando la presunción se enroca en sus propias invenciones accede al territorio de la paranoia, al delirio. Y la paranoia política en Euskadi se llama hoy "normalidad". Éste es el nombre de la gran impostura. Que la sociedad vasca asuma con resignación decisiones impuestas por una legalidad manipulada, no quiere decir que las considere válidas y las apoye. ¿Cómo le va a parecer normal un pacto entre socialistas y PP? ¿Es que acaso no asiste al espectáculo grosero que ambos partidos le regalan todos los días? Le llaman normalidad a un deseo imposible de aceptación de un Gobierno sin corazón ni razón, un producto de laboratorio, el experimento grotesco de un aprendiz de brujo.

La ingenuidad es el otro drama político vasco. Y consiste, en pocas palabras, en la creencia por parte de los nacionalistas y de otras fuerzas progresistas en que el Gobierno de López y su acuerdo con el PP caerán solos, fruto maduro de sus propias contradicciones. Están profundamente equivocados y no valoran con rigor el enorme poder -político, económico, sindical, mediático y cultural- que patrocina la aventura antinacionalista. Tal aberrante proyecto sólo se desplomará si se actúa frente a él con la firmeza y talento estratégico que requiere tan poderoso enemigo y, al mismo tiempo, se corrige la desmovilización y dispersión del voto abertzale.

Es una ingenuidad esperar a que las precariedades de Madrid -de Zapatero o Rajoy- ofrezcan la oportunidad de tumbar el designio de López. Es una candidez otorgar legitimidad a este lehendakari entrando en su juego de falsos consensos. ¿O no es una simpleza dar auxilio y compañía a quien previamente te ha desplazado? Entiendo que la inteligencia política estriba ahora en activar hasta la exasperación el rechazo popular del pacto que sustenta al actual Gobierno vasco, hurgar en el frágil liderazgo de López y facultar como alternativa ilusionante la credibilidad social, cultural y de gestión del nacionalismo vasco, todo ello para arruinar el proyecto de homologación de Euskadi con el Estado. Y, por supuesto, convocar y reunir en este tiempo todo el voto abertzale, democrático y vasquista que siente la amenaza histórica que se cierne sobre Euskadi. Menos polos soberanistas y más universos nacionalistas.

José Ramón Blázquez
DEIA 20/01/10