sábado, 4 de diciembre de 2010

HISTORIAS PARALELAS DE ARGENTINA Y EUSKADI (III)

En la interpretación de cualquier acontecimiento, personal y social, pocas veces se dan coincidencias absolutas. Son más frecuentes las versiones o percepciones diferentes, o incluso las discrepancias, unas veces públicas y otras silenciadas por el motivo que sea.
Esta realidad de la historia de un hecho próximo me anima a mantener respecto a las historias pretéritas una distancia mental de la misma dimensión que la distancia temporal existente entre los acontecimientos pasados y la actualidad.
Con este relativismo, pero con reconocimiento de que las lecturas históricas comparadas aportan verdaderas lecciones de vida, recuerdo la defensa que en las fechas de la Revolución Francesa (1789) hicieron los hermanos Garat de la necesidad de que Iparralde tuviera un obispo vasco. No lo lograron. Posiblemente para el Gobierno la reivindicación encerraba sus peligros viendo la actitud que mantenía el clero en la defensa de la cultura vasca.
Por este mismo miedo, en 1767 Carlos III decretó la expulsión de los jesuítas de todos los territorios españoles, sin previo aviso del pontífice Clemente XIII. A éste tampoco se la pareció bien que se exiliaran a los estados pontificios, e incluso su sucesor, Clemente XIV, tomó la decisión de extinguir la Compañía de Jesús. Evidentemente, estas decisiones tuvieron consecuencias negativas para Buenos Aires y Córdoba en el sector de la educación media y superior.
Mitre, en su biografía de Belgrano, contempla este hecho desde una perspectiva estrictamente política, cuando afirma que “lo que propiamente se llamaba Paraguay en aquella época era hostil al jesuitismo y sus misiones, como que éstas no eran sino un obstáculo opuesto al desarrollo lógico de la conquista y de la civilización europea”.
Esta misma actitud pro realeza española mantenían el obispo en Paraguay, Fray Bernardino Cárdenas, y el obispo de Córdoba, Rodrigo Antonio de Orellana, en su apoyo al virrey español Liniers.
El clero criollo, sin embargo, fue partidario de la independencia de Argentina: de los 27 que firmaron el acta de Tucumán, 11 eran sacerdotes. Evidentemente estaban identificados con los objetivos políticos que reinaban en la sociedad argentina. Pero, al parecer, no todo el sector eclesiástico actuaba en la misma dirección, por lo que Juan Martín Pueyrredon el 18 de mayo de 1818 les cursó la alternativa de jurar la independencia y obtener la ciudadanía argentina o la expulsión. La decisión, aunque dura, no resulta extraña, cuando la política colonial podría definirse con aquel párrafo del poeta Antonio Machado en su “A las orillas del Duero”: “Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus androjos desprecia cuanto ignora”.
Ante estos acontecimientos, no es arriesgado concluir que los miedos a la mejora de relaciones, tanto en lo personal, como en lo social, conllevan actitudes impositivas, exponentes siempre de falta de objetivos superiores que ilusionen a las contrapartes. Algunas de estas se dieron tambien en la creación de la Diócesis de Vitoria-Gasteiz. Lo comentaré en el próximo escrito.

J. L. Bilbao