En el Estado español, las formas de convivencia no las eligen los ciudadanos, sino el monstruo del poder que ya definió Hobbes. La sentencia del TC sobre el Estatut es el último ejemplo. Pero en el siglo de las identidades, ese Estado se reinventa o se automutila
Por Juan José Ibarretxe, * Profesor y Lehendakari ohia. - Sábado, 3 de Julio de 2010
EL filósofo y político inglés Thomas Hobbes publicó en 1651 su libro más famoso: Leviatán. Muchos estiman, creo que acertadamente, que Hobbes, con ese trabajo, justificó ética y filosóficamente la existencia del autoritarismo del Estado frente a los ciudadanos y a los gobiernos legítimos. El Tribunal Constitucional y la sentencia que ha emitido sobre el Estatut de Catalunya son una ejemplo paradigmático del Leviatán de Hobbes.
No conocemos sus razonamientos, pero nos han hecho llegar sus decisiones. Ustedes, los ciudadanos, no deciden cómo han de vivir. La vida en el Estado la decide el Leviatán. Cualquier observador hubiera concluido que lo mejor que podía haber hecho el Tribunal Constitucional era reclamar al Congreso los acuerdos suficientes para proceder a su renovación. Aún admitiendo que el modelo de nombramiento y renovación es espurio y requiere de reconstrucción, hubiera sido lo más prudente visto el descrédito que el mismo Tribunal se había provocado. No lo han hecho. Las acciones del Leviatán están por encima de las imperfecciones de sus servidores.
La historia del Estatut de Catalunya es un ejemplo digno de estudio en cualquier aula que reflexione sobre las teorías del Estado y el Derecho constitucional. Estamos en un Estado en el que el presidente de su Gobierno dice que respetará lo que decida el Parlament de Catalunya. No cumplió su palabra. El Parlament decidió cómo deseaba convivir dentro del Estado. De poco sirvió. El mismo partido del presidente que dijo que respetaría la voluntad de los catalanes se vanagloriaba luego de haber "cepillado", con un cepillo de buen corte, la voluntad de la ciudadanía catalana.
Aún así, el Estatut siguió su andadura y por el camino dejaron arrumbado a uno de sus impulsores: el president Maragall. Las Cortes aprobaron el nuevo texto estatutario y los catalanes lo refrendaron democráticamente. Todo se hizo con amplios consensos y, a excepción del PP, puede decirse con normalidad que el resto de los partidos, con mayor o menor entusiasmo, veían en el nuevo Estatut una vía para seguir construyéndose como nación y como país. El PP, creador de un nuevo modelo de articulación de la convivencia democrática, el de judicializar la política, se puso manos a la obra para conseguir por otros medios lo que legítimamente no había sido capaz de alcanzar. No había logrado convencer a los ciudadanos de sus propuestas, pero ¿qué importan los ciudadanos y su voluntad legítimamente expresada? ¿Acaso le ha importado alguna vez al Leviatán la democracia legítima? Así que llevó al Tribunal Constitucional, un órgano contaminado políticamente, el nuevo Estatut. Y en esta labor es de justicia decir que nunca tuvo al PSOE enfrente, porque acabó colaborando con el PP en volver a "cepillar" la voluntad legítima de la ciudadanía catalana.
Es más que urgente reconstruir los mecanismos de constitucionalidad en el Estado español. Estamos en una situación en la que o el Estado se reinventa a sí mismo sobre la base del respeto a la voluntad de las naciones que lo componen o seguirá por el camino que irreversiblemente le lleva a automutilarse, por el camino de su propia automutilación.
Son inevitables las comparaciones con la reforma estatutaria aprobada por la mayoría absoluta del Parlamento Vasco. El Nuevo Estatuto Político para Euskadi. Personas con altas responsabilidades políticas en el actual Gobierno vasco se cansaron de decir que la reforma aprobada respetando las reglas legales establecidas no podía llevarse a cabo porque no contaba con el consenso suficiente. Al mismo tiempo, ponían como ejemplo la reforma estatutaria de Catalunya. Ésta cohesionaba a la sociedad, el Nuevo Estatuto Político Vasco la dividía.... Aquí no era posible por la violencia, En Catalunya sería posible… ¡Cuánta mentira y cuánta falsedad!
Sin pueblo, sin país, sin nación, sin lengua, sin identidad, sin capacidad para decidir… Sólo un incauto se cree a estas alturas y aún sin conocer la sentencia en su integridad que el Constitucional no ha variado sustancialmente el Estatut. Una sola lección cabe aprender: cuando a uno le engañan una vez, la culpa es de quien te engaña; cuando te vuelve a engañar, la culpa es de uno mismo.
A los vascos nos dejaron fuera, nos excluyeron del debate constitucional. A los catalanes los han excluido ahora, con esta sentencia del Constitucional que lo que hace es reinterpretar la Constitución según el modelo y los principios que del Estado tienen el PP y del PSOE. Ellos solos, de manera exclusiva. La actitud del PP se puede entender, es coherente con lo que dice y con lo que piensa. La del PSOE es más incomprensible. Ya me lo dijo el president Maragall en vísperas de lo que fue el primer "cepillado" del Estatut: "He perdido el debate del Estado plurinacional… Y lo más grave no es que lo hemos perdido frente al PP. Lo he perdido en mi propia casa, dentro de Partido Socialista".
Ante actuaciones como la ocurrida con el Nuevo Estatuto Político Vasco o la que ahora ha ocurrido con el Estatut caben dos opciones. Una, la resignación y el inmovilismo. Y dos, que creo que es la que hay que adoptar, no resignarse ante partidos como el PP o el PSOE que acaban por demostrar que no son de fiar. Es más necesario que nunca tener iniciativa política para denunciar a quienes no dicen la verdad, para exigir respeto a las decisiones de los ciudadanos y para profundizar en la identidad de pueblos como el vasco o el catalán. Catalunya y Euskadi son cada una de ellas una nación y sus ciudadanos tienen derecho a decidir cómo desean que sea su futuro. Y esa decisión ha de respetarse alcanzando acuerdos políticos que plasmen las legítimas aspiraciones sociales. Iniciativa, diálogo y acuerdo son las claves del futuro porque, como he dicho en muchas ocasiones, éste es el siglo del debate sobre la identidad.