Una buena actitud del debutante puede compensar una mala aptitud: es la opción inteligente del inexperto, que prefiere ser humilde y seguro a arriesgar con sus penurias el día de su estreno. Pero si el debutante, en vez de la prudencia, escoge la agresividad, el desorden intelectual y la conducta negativa, obtendrá las más severas críticas. Patxi López, que debutó ayer como lehendakari en un pleno de Política General, escogió la peor alternativa. Es verdad que no era para él el mejor día, después de que la negociación de los PGE entre el Gobierno central y el PNV mostrara su irrelevancia en el traspaso a Euskadi de las políticas activas de empleo con una importante dotación económica. Alguien le había robado el protagonismo. Tal vez por esto, López estaba afectado por el despiste, el mal humor y la negación de la realidad, con lo que su balada de debutante sonó muy triste.
La hora y media de su discurso fue una pieza tediosa, de escaso contenido y sin las novedades que se le piden a un lehendakari en el arranque del curso parlamentario. López estuvo aburrido, tal vez condicionado por sus escasas dotes de comunicador que ayer fueron especialmente visibles, con sus tics nerviosos con los micrófonos, sus gafas nuevas mal ajustadas, su rictus bucal autoritario y la vulgaridad de los tacos. A lo previsible de su discurso añadió una disposición a la defensiva, con esa carga de culpabilidad mal asumida que le predispone a una constante justificación de su Gobierno y el pacto con el PP. La consecuencia natural de su actitud fue la agresividad que exhibió, especialmente en el turno de réplicas.
La sombra de Ibarretxe planeó sobre López. El negacionismo, es decir, la negación de la buena gestión de los gobiernos anteriores, determinó un discurso cuajado de eslóganes baratos. Nadie se cree, como dijo el lehendakari, que ahora "se hace más con menos", y que antes "se hizo menos con más". Como nadie puede dar crédito a un análisis económico que niega la eficaz administración nacionalista en todas las áreas, desde el empleo al endeudamiento. Y por esa senda de falsificación, López se empeñó en asignarse un papel redentor y contar la historia absurda de que, donde antes todo era bronca y enfrentamiento, ahora reina la concordia y el acuerdo. Ese maniqueísmo transfiere desconfianza a la sociedad que, aceptando esporádicos excesos, repudia el método de la vileza y la mentira en los asuntos públicos.
El debutante en su balada se olvidó de que el mundo no ha empezado con él y de que la innovación ya existía en Euskadi antes de que él llegase, y de que hace no pocos años aquí ya éramos pioneros en la globalización, la internacionalización, la comunicación 2.0 y la sociedad del conocimiento. Y como desconocía que el lehendakari Ardanza, hace dos décadas, denominó Euskopolis a la unión de los territorios vascos, la ignorancia condujo a López al ridículo de la pedantería, ironizada por un brillante Egibar durante el debate.
El pleno resultó una extensión del asunto de la transferencia de las políticas de empleo, arrancada por el PNV a Zapatero. López no estuvo convincente cuando declaró que el traspaso logrado por los jeltzales era una buena noticia. Sus gestos delataban la insinceridad de sus palabras. Y, en este punto central del debate, lo más significativo fue una monumental ausencia de nobleza: López fue incapaz de felicitar al PNV por el éxito conseguido a favor de Euskadi. Fue la nota más triste de la balada del debutante.