Behatokia: Por Iñaki González
El polo virtuoso de la necesidad
El acuerdo suscrito por EA y la izquierda abertzale requiere mucho más que la mera acumulación de fuerzas, limitadas además, y la virtud de servir de agarradero a ambos espectros políticos... que sin embargo depende de la voluntad real de una parte.
Resulta complicado interpretar que, con el acto del 20 de junio, la izquierda radical y Eusko Alkartasuna hayan culminado su proceso de acercamiento. El documento firmado por ambas partes -Bases de un acuerdo estratégico entre fuerzas políticas independentistas- contiene los fundamentos constitutivos de un pronunciamiento en torno al tantas veces esgrimido polo soberanista pero en torno a él está por constituir la estructura política real, operativa y reconocible que lo sustente. Las virtudes de catalizador de la unidad abertzale atribuidas a ese polo por parte de quienes lo promocionan no son materializables aún en tiempo y forma. Al menos no en este tiempo y, evidentemente, no en esta forma. Prima, por tanto, la necesidad sobre la virtud y flotan ambas en unas lagunas políticas que no ayudan a dar consistencia al proyecto.
Las bases de acuerdo suscritas por Pello Urizar y Rufi Etxeberria, entre otros, son lo suficientemente explícitas como para poder argumentar un discurso independentista y lo suficientemente vagas como para que la definición de un modelo alternativo jurídico-institucional plasme divergencias sobre su configuración y su procedimiento de implantación, que al fin son las verdaderas claves de la constitución de un Estado vasco más allá del desiderátum. Un camino que requiere una estrategia mucho más definida y asentada que el mero enunciado de la acumulación de fuerzas y la generación de plataformas de confrontación democrática, que en definitiva no pasa de ser una estructura electoral.
Algunos han querido ver en el acuerdo suscrito una reedición de las iniciativas del Pacto de Lizarra. Si acaso, estamos ante una versión reducida a escala de aquel acuerdo que aspira a incorporar a las estructuras de la mayoría sindical vasca, como si la representatividad de ésta en el conjunto de la realidad sociopolítica del país fuera de mayor calidad o incluso sustitutiva de las formaciones políticas abertzales que hoy no están ni han sido llamadas a ese acuerdo, léase PNV y Aralar.
Respecto a la formación jeltzale, toda la configuración de esta plataforma política se ha orientado a disputarle el eje sociopolítico del país y no a acumular fuerzas; y sobre la izquierda abertzale parlamentaria, está por casar el carácter de acuerdo nacional de estas Bases y el de EA con Aralar en Nafarroa Bai, que por sí solo lleva camino de fracturar la unidad de la coalición por orillar a PNV y Batzarre.
Está incluso por definir la reflexión que Aralar tenga que hacer sobre el riesgo de inseminación artificial que puede sufrir NaBai por parte de los nuevos compañeros de cama. ¿Está EA en la voluntad de trasladar su acuerdo con la izquierda radical a la coalición y abogar por la inclusión de nombres y espacios de sus nuevos socios en las próximas listas de NaBai? ¿Está Aralar dispuesta a hacer suyas esas listas a costa de socios como PNV y Batzarre y de su propio peso específico en el herrialde? En el capítulo de la acumulación de fuerzas, el paso dado tiene más riesgos que certidumbres.
La propia integridad de Eusko Alkartasuna está en cuestión por un gesto que, en otras circunstancias, quizá hubiera estado más marcado por la virtud pero que hoy es un ejercicio de necesidad imperiosa. Se esgrimen por parte de PP y PSOE amenazas de actuación judicial sobre sus siglas en caso de candidaturas conjuntas con nombres vinculados a Batasuna. Es una advertencia repetida y de profundo interés electoral para quien aspira a reproducir en las municipales y forales de 2011 el escenario que permitió constituir el actual gobierno vasco sin la mayoría social ni el voto electoral suficiente. Pero, más allá, la encrucijada de EA es la de una formación que acreditaba 37.000 votantes en la Comunidad Autónoma Vasca antes de la escisión de Hamaikabat y cuyo músculo social real es hoy una incógnita demasiado etérea para sobrevivir con voz y voluntad propia al encuentro con una estructura acosada pero profundamente disciplinada que, en el menos desequilibrado de los escenarios potenciales, le cuadruplica en número de fieles.
En este panorama, en el que prima la conjunción de dos necesidades imperiosas, la verdadera virtud de la operación está por constatar. A EA le acucia su descomposición social y a la izquierda radical su inanición electoral. En esa imagen gráfica del salvavidas que se asocia a las siglas de la formación fundada por Garaikoetxea, tanta necesidad tiene el brazo de los herederos de Batasuna de aferrarse a algo que flote como el propio salvavidas de que una mano le dirija hacia algún puerto. Pero tiene más que ver en la supervivencia de ambos la voluntad real de uno que la capacidad de influir del otro. Pello Urizar debe ser consciente de que desde que estampó su firma en el acuerdo de bases en el palacio Euskalduna tiene que medir cuánto aire queda en los pulmones de su partido porque se va a quedar por debajo para que flote el náufrago. Si a ETA le da por agitar las aguas o al entramado político de la izquierda ilegalizada se le cansan los brazos de nadar contra corriente, será Eusko Alkartasuna la que vea más cerca el fondo.
Ni siquiera es ya un problema de compromiso político de los protagonistas de esta iniciativa. Son significativas y variadas las voces que dan credibilidad al proceso de transformación interna que lleva tiempo en marcha en las entrañas de la izquierda radical hacia la superación de la violencia. Incluso las que dan por garantizado, sin mucha más prueba que la buena fe, que el proceso es irreversible y unánime merecen ser escuchadas y reconocidas. Desde luego, mucho más de lo que a Jesús Eguiguren se le valora y escucha en su propio partido. Pero aún hoy todo sigue en manos de una confianza maltrecha por experiencias repetidas y recientes. Para restaurarla, con o sin salvavidas, la reinvención de Batasuna en una versión, en el mejor caso sui generis, de Euskal Herritarrok requiere de sus protagonistas que sigan nadando mucho, muy rápido y muy solos porque en el pasado ETA se ha llevado al fondo demasiadas voluntades.