Algunas reacciones, las esperadas, al acuerdo, confirman que hemos acertardo. Si a ellos no les gusta, es señal de que lo hemos hecho bien. Como siempre, pensando en Euskadi, como siempre, vigilantes. También lo estaremos para que cumplan lo acordado
Por Josu Erkoreka, * Portavoz del Grupo Vasco EAJ/PNV en el Congreso - Domingo, 24 de Octubre de 2010.
No es habitual que los diputados que se oponen a un proyecto de ley dediquen más tiempo a criticar a los grupos que van a apoyarlo que a explicar las razones por las que votarán en contra. Y, sin embargo, eso es lo que ocurrió el pasado martes cuando se debatieron en el Congreso las enmiendas a la totalidad presentadas contra el proyecto de Presupuesto General del Estado. Prácticamente ninguno de los oradores que tomaron la palabra esa tarde dejó de hacer alguna referencia al pacto suscrito para su aprobación entre el PSOE y el PNV. En algunos casos, como los de CiU y ERC, fueron expresiones de respeto e incluso de elogio a lo acordado. Pero en otros, como cabe sospechar, los respectivos portavoces no ahorraron críticas, tanto al pacto en sí mismo como a los partidos que lo hemos firmado. No creo necesario reseñar que las invectivas fueron particularmente afiladas en el caso de Rajoy, Rosa Díez y el portavoz de UPN, Carlos Salvador. Tras escuchar sus ataques, pensé: "Si alguien dudaba sobre la bondad del acuerdo, la feroz oposición expresada por estos tres portavoces es un indicador claro de que hemos acertado. El hecho de que a ellos no les guste, significa, inequívocamente, que lo hemos hecho bien".
Pero si se analiza con cierto detenimiento el significado político que encierra el acuerdo, no resulta difícil darse cuenta de que, en realidad, nos hemos limitado a aplicar la misma receta que ha venido inspirando la actuación de los diputados y senadores del PNV desde que en 1977 se convocasen las primeras elecciones tras la muerte de Franco. Siempre que el PNV ha pedido el voto de los ciudadanos para cubrir los escaños del Congreso y el Senado, lo ha hecho subrayando la extraordinaria importancia que encierra disponer de un Grupo Vasco fuerte, firmemente comprometido con la defensa de los intereses de Euskadi y el desarrollo del autogobierno vasco en las Cortes Generales. Si uno echa un vistazo a los lemas que han presidido las campañas del PNV en las elecciones generales de los últimos treinta años, no tarda en darse cuenta de que, de uno u otro modo, siempre ha estado presente en ellos la idea de recabar el voto desde el compromiso firme de que será útil para Euskadi. "Para que gane Euzkadi -decíamos en la campaña de 1982-, vota PNV". Y en Nafarroa, donde lo que faltaba era una representación en Cortes específicamente comprometida con la defensa del Viejo Reino, solicitamos el respaldo ciudadano para hacer sitio a "la voz de Navarra que falta en Madrid".
Basta un superficial repaso de los diarios y boletines de las Cortes para constatar que nuestro compromiso con los intereses vascos nunca se ha quedado en palabrería hueca. El Grupo Vasco es el único grupo parlamentario de las Cortes cuyo eje de actuación estratégica se centra, siempre, en Euskadi. Nuestra acción parlamentaria arranca de Euskadi, mira hacia Euskadi y tiene a Euskadi como norte y objetivo fundamental. Los territorios vascos cuentan, también, con diputados y senadores de otras formaciones políticas, pero su compromiso con Euskadi no pasa de ser accidental. Por lo común, estos diputados se integran en grupos parlamentarios para los que la cuestión vasca no constituye una prioridad más que a la hora de diseñar la estrategia antiterrorista o de exigir la supresión de las asimetrías y singularidades que todavía existen en la organización territorial del Estado. Triste prioridad, ciertamente. Fuera de esos supuestos, todo el mundo da por hecho que el único grupo que plantea debates relacionados con la defensa de los intereses vascos o del autogobierno de Euskadi, es el del PNV, que siempre está ojo avizor ante las oportunidades que puedan presentársele para avanzar por esa senda. Sólo con un planteamiento estratégico de este tipo, que centra su mirada en Euskadi y en la defensa de sus intereses, resulta posible aprovechar las ocasiones que a veces se presentan para alcanzar en Madrid, logros como el que hemos sido capaces alcanzar con el acuerdo presupuestario recientemente suscrito con el Gobierno.
No tenemos vocación de gobernar en Madrid ni aspiramos a disfrutar de los honores que se reconocen a los ministros del reino. No estamos expuestos a esas tentaciones banales que, sin embargo, nos consta que siguen constituyendo, todavía, la máxima ambición de más de uno de los electos vascos de otros partidos políticos que ocupan escaño en las Cortes Generales. Que se queden ellos con todo el incienso institucional. Nosotros tenemos claro que no estamos allí para alimentar la pompa, sino para influir sobre el Gobierno español para que tome en consideración a Euskadi y dé satisfacción a sus inquietudes y aspiraciones.
Ni pactamos por pactar ni rechazamos el pacto por el mero prurito de hacerlo. La perspectiva desde la que trabajamos es más pragmática y realista. Como nuestro objetivo se centra en Euskadi, sólo nos planteamos la posibilidad de un acuerdo si de él van a derivarse beneficios para Euskadi que consideramos suficientes como para justificar la transacción. Pero, al mismo tiempo, nunca rehuimos un acuerdo que puede ser útil para los intereses vascos, por el mero hecho de darnos la satisfacción pueril de haber dicho que no en Madrid. Nunca hemos concebido nuestro quehacer parlamentario como una tarea meramente testimonial. Si la acción política no busca realizaciones tangibles, se queda en el terreno meramente simbólico. Y los símbolos quietos, sin movimiento ni resultados, acaban secándose y feneciendo. Esta es la pauta que ha presidido la actuación del Grupo Vasco en las Cortes Generales a lo largo de las tres últimas décadas y la que nos ha guiado a la hora de firmar el acuerdo que acabamos de suscribir en Madrid, ese acuerdo que ha suscitado la encrespada reacción del españolismo más reaccionario, certificando así su acierto y pertinencia.
Sin embargo, sería un error pensar que todo está hecho con la firma del documento. Nos equivocaríamos si pensásemos que, una vez arrancado el compromiso, podemos echarnos a dormir. La experiencia demuestra que sobre los acuerdos políticos siempre planea la sombra de un posible incumplimiento. Así ocurrió, por ejemplo, con el acuerdo que firmamos en 1996 para apoyar la investidura de Aznar. Los populares cumplieron con el compromiso de otorgar carácter permanente al Concierto Económico -lo que constituyó un logro extraordinario- y cumplieron, también, con la cláusula por la que se obligaban a facilitar la creación de la segunda operadora de telefónica: Euskaltel. Pero incumplieron estrepitosamente con todo lo que se refiere al "pleno y leal desarrollo del Estatuto de Gernika", que aquel acuerdo les emplazaba a impulsar. Es el riesgo que se corre siempre que se pacta un apoyo parlamentario actual, a cambio de algo que la otra parte ha de llevar a cabo en el futuro.
En esta ocasión hemos dotado el acuerdo de un conjunto de mecanismos de seguimiento y control, que tienen por objeto último garantizar el cumplimiento de lo pactado. También lo hicimos en los años anteriores, lo que nos permitió asegurar que los compromisos que habían de hacerse efectivos después de haber prestado nuestro apoyo al Presupuesto, como el relativo al blindaje del Concierto Económico, por ejemplo; no se los llevase el viento, una vez que los socialistas habían logrado zafarse de la soga que les apretaba el cuello. Con todo, sería absurdo pensar que el cumplimiento de lo acordado está garantizado al cien por cien. Surgirán, a buen seguro, dificultades y tensiones que procuraremos gestionar con la mayor eficacia posible haciendo uso de los instrumentos de presión que nos hemos reservado en el acuerdo. En cualquier caso -que nadie lo dude- la actuación del Grupo seguirá inspirada en la máxima que siempre ha guiado nuestro proceder en Madrid: Para que gane Euskadi