He escuchado muchas veces que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando. Esta afirmación siempre me ha resultado extraña. Llevo viajando más de 25 años por diversos países de Africa, América y Asia, y tengo la sensación de que el virus nacionalista, si existe, no se ha introducido en mi mente, ni en mi corazón: amo más que nunca a esta Tierra vasca desde mi perspectiva nacionalista y aprecio y comprendo más que nunca a los países que he visitado. Más aún: cada vez entiendo menos los planteamientos de nacionalismo versus internacionalismo, y cada vez afianzo más en el principio de que sólo amando lo concreto, lo próximo, la propia Patria, se puede apreciar y amar ámbitos geográficos más amplios. Me atrevería a afirmar que el virus antinacionalista sólo se puede curar con más viajes a las bibliotecas.
También me llaman la atención que los esfuerzos que los investigadores realizan para criticar líderes con los que no simpatizan, analizando sus vidas o sus ideas como realidades aisladas del resto del mundo. Uno de estos casos es el de Sabino Arana, criticado tantas veces sin tener en cuenta los movimientos sociales de la época en que vivió. Como si se tratara de un lunático.
En las ocho décadas anteriores a la actuación política de Sabino Arana se dieron las independencias de la mayoría de las colonias españolas, y de 1815 a 1850 se expandió por el Europa el sentimiento nacionalista como reivindicación del derecho de las naciones, a más democracia e incluso a la independencia: hoy a nadie le resulta extraño que a los diez años de la insurrección de 1820, Grecia se independizara de Turquía; o que en Sicilia surgieran movimientos independentistas; o que Bélgica se sublevara contra Holanda aquel 25 de agosto de 1830, con un reconocimiento internacional de sus límites geográficos de 1790.
En este mismo sentido, se dieron las grandes reivindicaciones de derechos sociales, y acontecieron revoluciones en diversos países, como Alemania, Bélgica, Francia, Irlanda, Italia, etc. La burguesía suplantaba definitivamente al régimen feudal y la clase obra realizaba verdaderos esfuerzos para luchar contra la explotación del nuevo sistema industrial.
Sabino Arana era un hombre culto. Conocía todas estas realidades socio-políticas internacionales, y decidió afrontar el futuro de su entorno social vasco con unas aspiraciones y estrategia determinadas. Para ello creó el Partido Nacionalista Vasco.
En alguna oportunidad leí un escrito de un reconocido político vasco planteando la hipótesis de que el ideal nacionalista le pudo inculcar algún profesor jesuita. Personalmente pienso que ante la situación socio-política deprimente y centralista de la época no hizo sino plantear la opción nacionalista, como se venía planteando en muy diversos países de Europa y América. Nunca he entendido que las realidades políticas de Euskadi no se traten con la misma naturalidad que las de otros países.
J.L. Bilbao